lunes, 22 de noviembre de 2010

Será que ¿pobre que se reproduce produce más pobres?



San Juan de Pasto, noviembre de 2010

Querido niño Dios:

La historia deja a sus hijos en toda clase de condiciones. A la derecha están sentados los que dicen actuar por la patria con el bolsillo lleno y las intenciones que mueren en la boca; a la izquierda los que están buscando la igualdad y la justicia para todos, entre promesas y propuestas que viven entre papeles y se desvanecen antes de ser realidad; arriba estás tú con todos los tuyos, viviendo entre santos y buenas acciones, escuchando a quienes a ti acuden y recibiendo a quienes en ti confían, y abajo, niño Dios, abajo estamos todos los que dormimos con el estomago vacio, los que no tenemos fuerza para levantarnos ni pan en la mesa para desayunar. Aquí abajo estamos todos tus hijos, los que no tenemos un par de medias que nos cubran del frio, ni suéter, ni cobijas, ni café, ni juguetes. Nosotros, niño Dios, subimos y bajamos por las calles, en busca de algo de comer, en busca de nuestros días y de una luz para abrir los ojos la mañana siguiente…


Este año la lluvia ha dejado sin techo a más de uno de mis amigos. Mis zapatos están rotos y se me mojan los pies cuando camino. Mi mamá dice que no tiene plata para unos nuevos. Yo no tengo con qué ir al colegio. Ella dice que pronto tendré otro hermanito y que dormirá conmigo y con mis tres hermanos en la cama; dice que él traerá alegría y que cada niño viene con el pan debajo del brazo. Yo no entiendo como tú haces eso, pero mi mamá dice que las mamás no mienten; entonces le creo, pues nosotros, los de aquí abajo, los que aguantamos hambre porque lo poco que hay no alcanza, los que tenemos frío porque la ropa ya no nos cubre, los que ignoramos mil cosas del mundo porque el mundo nos ignora mil veces; nosotros, niño Dios, somos muchos y cada vez nacen más y vienen más y más; aguantarán hambre y tu mandarás más niños con el pan debajo del brazo… Ojala que el pan, niño Dios, no se te acabe nunca, porque a nosotros el hambre no nos deja dormir.

En la mañana un niño grande me dijo que el cielo y la felicidad no existen. “Esos son cuentos de sus papás para justificar el crimen de haberlos traído a este mundo. Lo que existe es la realidad, la dura realidad, este matadero al que venimos a morir, cuando no es que a matar… No se reproduzcan, no hagan con otros lo que hicieron con ustedes, no paguen con la misma moneda, el mal con el mal, que imponer la vida es el crimen máximo. Dejen tranquilo al que no existe, ni está pidiendo venir en la paz de la nada. Total, es a esa a la que tenemos que volver todos.”* Quizás, niño Dios, ese niño grande tenga razón y nosotros no debamos ser tantos; quizás no debamos ser más de los que ya somos… Pero nosotros, niño Dios, los pobres, los que nos ocultan, los que no contamos en la sociedad, los que pasamos ante los ojos de otros como un muro o una butaca, o ese pedazo de hierba por el que todos pasan y que nadie se molesta en ver; nosotros, los invisibles, también soñamos, pensamos y existimos desde siempre. En este país la pobreza es el cuento de nunca acabar, y aquí seguimos sentados, niño Dios, sonreímos con hambre y frio esperando que los días pasen…

(las palabras del "niño grande" son tomadas textualmente del discurso de Fernando Vallejo durante su participación en el pasado Festival Iberoamericano de Escritores.)

sábado, 20 de noviembre de 2010

"Pastusos brutos, de la 27 no dejaré piedra sobre piedra" -Eduardo Alvarado-

San Juan de Pasto, noviembre de 2010

Palabras de un viejo abuelo.

Yo se los dije, les dije que aunque visiten los barrios y les den la mano a todos sin menosprecio y fingiendo cariño, al llegar al poder se olvidan de todo; entonces pasan en sus carros negros, entre caravanas de hombres armados que no hablan, y que entre la sospecha y el desprecio miran y revisan todo de lado a lado. Yo les dije; les dije que repetir que “más vale malo conocido que bueno por conocer” no trae nada bueno; que eso sólo sirve para que a uno le den más de lo mismo. Hasta pecado debe ser no recordar, no saber que el pasado cuenta y habla de lo que en él se hizo.

Yo le dije; le dije: mijo, no “vote” por ahí la historia de Pasto, que es lo único que nos queda de esos años en que las casas se hacían de barro y con pequeñas ventanas, y cuando en las calles se veían esparcidas las piedras que lanzaba el gran volcán.

Yo le dije: mijo, vuelvo y le repito que esa casita no hay que tumbarla, porque esa calle sigue viva, en ella laten por dentro los corazones de cientos de años y cientos y cientos de personas con sus historias y sus ojos contando los años. En mis tiempos por ahí no había muchas casas; eso lo recuerdo desde chiquito. Yo salía a pasear con mis hermanos y tenía donde jugar y soñar un poco bajo el movimiento de las nubes.

Esa humilde casita tiene toda una historia; es la portadora de años y años. Ella ha visto crecer a los hombres de la ciudad, ha sido testigo de sus triunfos y derrotas. Esa casita que algunos tildan de fea e inservible es la única que da fe de todos nuestros años. Mas, de igual manera que lo dijo el “Libertador”, “no quedara piedra sobre piedra” de esa casita. Una maquina le devorará la historia; un hombre la borrará del camino; una ciudad entera olvidará su presencia y llenará su calle con nuevas construcciones. El pasado se olvida y los patrimonios se quiebran en ruinas.

Yo le dije, le dije: mijo, no “vote” por ahí la historia de Pasto… que esa casita es el patrimonio y la historia de todos, que muchos nacieron en ella, que sus muros hablan y cuentan tradiciones. Yo le dije: mijo, ahora no montan caballo blanco, pero igualmente humillan y destruyen tantas y tantas cosas, incluso las dignas de conservarse.

Cuando se vaya la casita y con ella un trozo de la historia, ¡que yo no esté para contarlo!




La casa de las tres piedras. (kra 27 con 14)


San Juan de Pasto, noviembre de 2010

“Acúsome padre que he pecado… “. Esto fue lo último que la señora Gregoria Sisneros dijo antes de cerrar fuertemente los ojos y de sujetar la criatura contra su vientre. El padre Miguel Rivera abrazo a la mujer, le dio la bendición y la entregó a su marido. Fue así como la mañana del 25 de agosto de 1780, mientras la lluvia azotaba el techo y el frio se colaba por la puerta, doña Gregoria Sisneros dio a luz, en la casa de las tres piedras, al mestizo Agualongo.

Agualongo, el conocido pastuso que guerreó contra la causa bolivariana, el que defendió su tierra y su gente, el bien recordado Agualongo, fue traído al mundo en una de estas recorridas calles de Pasto, donde los transeúntes suben y bajan sin cuidado y donde la historia no fijó su atención, ni clavó sus placas, ni construyo museos. La casa donde nació Agualongo sigue viva, y grita desde sus muros por la defensa de lo que es nuestro, de aquello que como pastusos nos pertenece. Parece que el templado espíritu del mestizo se quedó entre sus tapias, desde donde emana su fuerza y valentía, las que trasmite a los que ahora habitan esta ciudad.

“¡Vencer o morir!”. Así fue como el mestizo defendió su tierra. El letrado pintor que no secundó la “independencia”; siempre tajante, siempre recio, leal, firme con el pueblo; el que pidió morir de cara al Sol. Así era Agualongo, el héroe de muchos, del que todos hablan con orgullo y respeto; pero pocos saben quien fue y por qué actuó. En realidad Agualongo no defendió al rey de España. El desconcertante empecinamiento de Agualongo y del pueblo pastuso se debió principalmente a la brutalidad y prepotencia con que fueron tratados desde el principio de la guerra por Bolívar y sus secuaces. Las confesiones de fidelidad al rey sólo fueron un simple pretexto, una pantalla política, una bandera de convocación y de unidad.

El polémico mestizo que frenó los ejércitos bolivarianos, el que emboscó, el que defendió sus convicciones y su ley, el que luchó por su tierra y que murió preso en manos de Bolívar, sigue vivo en el corazón del pueblo pastuso.

Del mestizo Agualongo los dueños del poder dejaron sus restos en una iglesia; otros los robaron, los nuevos gobernantes los exhibieron, los homenajearon… y también los olvidaron. ¿Por qué hoy, dos siglos después, quieren demoler su casa, si su fuerza sigue entre la gente, si su corazón guerrero habita en las calles, si su valentía se quedó en los pastusos?

En nombre de la historia de Pasto hay que conservar la vieja casita de las tres piedras. Recordemos que un pueblo sin memoria está condenado a repetir su pasado, y éste tiene mucho que enseñar.


jueves, 11 de noviembre de 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pastusos asesinados por Simón Bolivar


San Juan de Pasto, noviembre de 2010

Pueblo pastuso:

Mientras millones de colombianos celebran el segundo centenario de la independencia, hay que recordar que –hace doscientos años– en Pasto otra fue la historia que se vivió, pues el pueblo del sur fue invadido, pisoteado y abusado. Aquí la libertad se tiñó de sangre, se perfumo de muerte, se vistió de persecución, de masacres y sacrificios. Aquí sobre esta tierra al pie del Galeras, Bolívar bautizó con muertos las calles, con violaciones las iglesias, con represiones la valentía; no dejo un sueño vivo porque sólo su sueño era posible, porque la independencia debía depender solamente de sus ideales.

El 23 y 24 de diciembre de 1822, después de rudo combate en el barrio Santiago de la ciudad de Pasto, cuenta O'Leary: "…en horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente sacrificados y se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y a asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes; hasta el extremo de destruir, como bárbaros al fin, los libros públicos y los archivos parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas”. Se asesinaron hombres, mujeres y niños, sin respetar los templos donde esta gente buscó protección; y las calles quedaron cubiertas de los cadáveres de los habitantes de Pasto…


Este es el hombre que nos llevó a la libertad, el de la Navidad Negra, el de la temible espada, el del caballo blanco, el de uniforme rojo: el zambo Bolívar; el que llenó los ojos de los pastusos de dolor y de llanto. Bolívar el Libertador dejo cientos de niños huérfanos y una multitud de madres y viudas llorando a sus hombres inmolados. En defensa de sus creencias el pueblo pastuso no secundó la lucha por la independencia, no renunció a sus rancias convicciones por un hombre que los desterró y los humilló hasta la muerte.


El cruel Libertador, el que manchó de muerte las calles, el que nos liberó de la corona pero que nos manchó de miseria, dolor y llanto.

Pueblo pastuso: La cara convencional de la historia nos cuenta que el Libertador asesinó y sacrificó a nuestra gente en nombre de la libertad y de la independencia; pero no olvidemos que dejó las huellas de su espada en nuestras gentes, que sometió y humillo nuestros ancestros, que pisoteó nuestro pueblo y que creó una macabra obra pictórica –aunque efímera en el suelo de nuestra ciudad–, perenne en la memoria de los pastusos, quienes desde entonces la identificamos como “El Colorado”.


martes, 9 de noviembre de 2010

Pastusos, hijos del Galeras

San Juan de Pasto, noviembre de 2010

Pastusos, hijos del Galeras:

Aquí seguimos 200 años después, con hambre en los bolsillos y la memoria vacía. Los recuerdos se fueron con los años. La historia se la llevaron los héroes, los hijos de la patria que marcaron el camino de sangre. ¿Y aquí? Aquí dejaron el silencio, el miedo y nuestras cabezas ávidas de la otra cara de la historia.

Aquí mi gente carece de memoria. El día se lleva lo que sueñan en la noche y ésta a su paso asesina en la madrugada cada huella de la mañana. Mi gente no aprende de sus días porque camina a ciegas; con los ojos cerrados construye historias sin pasado, días sin referentes. Las mañanas pasan pálidas una y otra vez en el tiempo, mudas y sin rastros; no traen nada para contar porque nada les fue contado. Las tardes yacen bajo la sombra gris de una voz perdida, una voz olvidada en el tiempo que clama por sus palabras, que gime por sus historias y que llora la desolación y la melancolía de un pueblo amnésico.

La amnesia, hijos míos, es un mal de todos y pata todos: el grande, el feo, la bonita, la gorda, el menor o el mayor; no ha olvidado acariciar rostro alguno. Todos y cada uno de los hijos de esta verde tierra llevamos en nuestros ojos la mirada del olvido, y añoramos en nuestras lenguas las palabras que nos dejaron los abuelos, esas que se van perdiendo con el tiempo.