San Juan de Pasto, noviembre de 2010
Querido niño Dios:
La historia deja a sus hijos en toda clase de condiciones. A la derecha están sentados los que dicen actuar por la patria con el bolsillo lleno y las intenciones que mueren en la boca; a la izquierda los que están buscando la igualdad y la justicia para todos, entre promesas y propuestas que viven entre papeles y se desvanecen antes de ser realidad; arriba estás tú con todos los tuyos, viviendo entre santos y buenas acciones, escuchando a quienes a ti acuden y recibiendo a quienes en ti confían, y abajo, niño Dios, abajo estamos todos los que dormimos con el estomago vacio, los que no tenemos fuerza para levantarnos ni pan en la mesa para desayunar. Aquí abajo estamos todos tus hijos, los que no tenemos un par de medias que nos cubran del frio, ni suéter, ni cobijas, ni café, ni juguetes. Nosotros, niño Dios, subimos y bajamos por las calles, en busca de algo de comer, en busca de nuestros días y de una luz para abrir los ojos la mañana siguiente…
En la mañana un niño grande me dijo que el cielo y la felicidad no existen. “Esos son cuentos de sus papás para justificar el crimen de haberlos traído a este mundo. Lo que existe es la realidad, la dura realidad, este matadero al que venimos a morir, cuando no es que a matar… No se reproduzcan, no hagan con otros lo que hicieron con ustedes, no paguen con la misma moneda, el mal con el mal, que imponer la vida es el crimen máximo. Dejen tranquilo al que no existe, ni está pidiendo venir en la paz de la nada. Total, es a esa a la que tenemos que volver todos.”* Quizás, niño Dios, ese niño grande tenga razón y nosotros no debamos ser tantos; quizás no debamos ser más de los que ya somos… Pero nosotros, niño Dios, los pobres, los que nos ocultan, los que no contamos en la sociedad, los que pasamos ante los ojos de otros como un muro o una butaca, o ese pedazo de hierba por el que todos pasan y que nadie se molesta en ver; nosotros, los invisibles, también soñamos, pensamos y existimos desde siempre. En este país la pobreza es el cuento de nunca acabar, y aquí seguimos sentados, niño Dios, sonreímos con hambre y frio esperando que los días pasen…